Meditar no tiene que hacerse ni con un rosario, ni estando inmóvil ratos largos.

Tiene más que ver con salir del bucle constante de la mente durante pequeños momentos en el día a día. Por lo que ayuda a callar esa voz propia, con la que nos tiramos basura encima y nos criticamos a nosotros mismos.

Si eres de esas personas que la cabeza es un “come come” que no te para, que te hace sufrir porque te trae pensamientos que no puedes quitarte y que te persiguen sin que lo puedas controlar, meditar te ayuda a gestionarlos.

La persona que medita desarrolla el tiempo de la no-acción. Es ese hueco entre que tu cerebro recibe la información y responde emocionalmente.

Y sirve para que escojas más conscientemente cómo actuar y para gestionar mejor tus emociones.

Está presente cuando sabes que, si hubieras podido parar un segundo y decidir más conscientemente, habrías sabido decir que no a una circunstancia que no querías y te habrías ahorrado un disgusto, un conflicto o traicionar tus deseos.

Pero también cuando te dices que no podrás con todo, haces caso a ese pensamiento y te sientes abatida.

Meditar te hace observar, despegarte emocionalmente del pensamiento y calmar la cabeza y tus sentimientos.